Out of Place, Djamila Knopf
La literatura es, creo al menos desde el centro de mi ser, una muestra de amor. Hace unas semanas hablaba con una amiga, sobre como no me gusta leer poesía. Es difícil de entender, y me siento perdido en un laberinto formado por palabras. Y, sin embargo, poder encontrar al menos un verso con el cual puedo relacionarme, hace que todo haya valido la pena. Me comunico con los muertos y los extranjeros y ellos me dicen que se puede vivir, que es posible el arte, el amor, obviar la tristeza, me dan aliento de vida.
A pesar de mi amor por la literatura, no encuentro razones suficientes para escribir. Tampoco lo logran los escritores que describe Vila-Matas en «Bartleby y compañía». Todos ellos encuentran una excusa que justifica su silencio. La falta de talento, la muerte de un tío, el deseo de ser un mueble. En mi caso, la única excusa con la que cuento es la falta de una buena excusa.
Deben de haber pasado al menos unos meses desde que abandoné toda esperanza de una labor creativa. Me tomó un tiempo más largo de lo esperado tirar la toalla. Elegir algo, es a la vez decidir soltar algo más. Dejar de escribir resulta también en abandonar la literatura, cortar el mal desde la raíz y darle la espalda a todo lo que involucre formar arte con las palabras. Decirle que no a las novelas, a los cuentos, incluso a los mangas y comics pues pueden ser la entrada a un mal peor. Es decidir darle la espalda a la vida.
Pero estoy aquí. Perdido aquí. Resuelto parece a permanecer aquí.
No hay buenas razones para aferrarse a la literatura, mucho menos para querer producirla. Aún así, a falta de algo más, heme aquí, como un intento de persona. Un querer ser que se diluye, pero que desea que el tiempo se dilate para durar un poco más, un tantito más.
Solo eso puedo ofrecer. Ser lo mínimo en este pueblo lleno de ruidos.