Foto de una carretera en Kenting

Vista de una carretera en 墾丁

Empiezo a preparar mi maleta para ir a otro país, del que desconozco todo, incluso el idioma. Apenas hay espacio para un libro, el único que tendré en español durante los próximos cuatro años. Elijo la obra de Juan Rulfo, como un gesto de amor al idioma. Se acorta el tiempo y sigo debatiendo mi decisión. ¿Puedo amar la escritura de Rulfo, cuando hay textos suyos que no he leído, cuando no soy ni siquiera mexicano?

Es una pregunta tonta, por supuesto. No hay razones para amar, y a lo mejor tampoco hay razones para las decisiones que tomamos. No es necesario ser ruso para apreciar a Dostoyevski, ni tampoco querer los espacios cerrados, la monotonía, para disfrutar un trabajo de oficina. Quizá tampoco se necesitan razones, buenas razones, para emprender viajes largos a lo incierto. Aun cuando yo las busco.

Miro al cielo, y me parece casi especial, pero es el mismo de siempre. Faltan apenas unos días para irme, y sigo lleno de dudas. En mi mente suena de fondo, si es que la poesía puede sonar, los últimos versos de un poema de Cavafis «pues la ciudad es siempre la misma. / Otra no busques -no la hay-… / La vida que aquí perdiste / la has destruido en toda la tierra». Es mi sentencia, pienso.

Voy de camino, y en el trayecto intento pensar en una frase triunfal, aquella que da aliento de vida. No la encuentro. Soy alguien que solo retiene a los tristes, «yo carne castigada, llorosa podredumbre, / pecado repetido hacia la muerte» , escribe Ángela Aymerich. «Soy algo que no le estorba a nadie. Ya ves, ni siquiera le robé el espacio a la tierra» escribe el mismo Rulfo.

Pienso en Cesare Pavese, una anécdota que conozco apenas de oídas. Acorralado entre la idea de seguir o acabar con su vida, copió los últimos versos de una oda de Horacio para darse esperanza. «Al hombre justo y tenaz en su designio, […] Si el mundo en pedazos se desploma, sobre él caerán sin asustarlo sus ruinas». Pero a veces la esperanza es apenas pasajera.

Buscamos motivos para todo, que nuestras decisiones no sean tomadas al azar. Motivos para vivir, razones para escribir un texto largo, sin sentido, a pesar de lo que eso conlleve. «Soy tan cobarde que quiero vivir más. Que cosa más absurda, realmente: querer vivir más. Como si fuera, por ejemplo, feliz» escribe Alejandro Zambra.

Todo es informe, qué bonita palabra esa. Mi viaje y este texto. Lo que en un principio sería un ensayo sobre la obra de Rulfo, es un collage de frases tristes. Donde mis oraciones solo tienen el propósito de unir una con la anterior y la que le sigue. Vuelco mis ojos y no encuentro el atisbo de la idea original. Hago lo mismo con mi experiencia, y solo veo errores repetitivos. Es el segundo día de cuarentena.


Ha pasado más de un año desde que he tomado el texto. El tiempo parece deshacerlo todo. Leo estas líneas y me parecen ajenas. Después de tanto, ¿no soy yo ahora otra persona? Es lo que me gustaría pensar, al menos, pero sigo hecho un mar de dudas. Las mismas preocupaciones, el miedo a los mismos errores sigue vigente en mí. Sigo siendo alguien obsesionado con los tristes, admirándolos por ser capaces de capturar su tristeza en versos, soñando quizá en unirme a sus líneas. Algo ridículo, en verdad, pensar que de mí podría salir siquiera un atisbo de belleza.

En el pasado pensé que la obra era demasiado mítica como para abordarla, que estudiando al autor podría entenderla. ¿No es eso aún más ridículo? He escuchado entrevistas, leído anécdotas, y aun así no logro comprender al hombre detrás de la obra. ¿No es cada uno de nuestros hermanos en este valle de lágrimas un misterio? ¿Cómo puedo esperar comprender a los demás, cuando no puedo entenderme a mí mismo? Envuelto en tristezas, tomé la obra para leerla otra vez, para intentar poner en palabras lo que sentía.

Durante todo este año he pensado, que es imposible dominar las palabras, hacerlas nuestras. Puedo decir que se haga un océano, y con suerte puedo esperar versos sobre un río. La obra de Rulfo es una viva muestra de lo contrario. Las palabras, sus palabras, son capaces de pintar una inmensidad con apenas unas frases. Su prosa, en suma poética, junta las frases y los silencios, profundos silencios, para crear un monumento. Es quedar sin aliento frente la obra y pensar que sí, que quizá así debe de ser la literatura.

Hay textos que desean abarcarlo todo, encapsular al mundo entero en sus páginas. Pedro Páramo es un recuerdo del mundo, perdido en el tiempo, descolorándose por el paso de los años. Es una sentencia de vida. Todos vamos camino hacia la nada, nosotros y la literatura. En unos siglos no habrá nadie vivo quien nos recuerde. Con el paso del tiempo toda la humanidad estará perdida en la inmensidad del frío cosmos. Siempre lo hemos estado. El mismo Juan Rulfo lo dice «nada puede durar tanto, no existe ningún recuerdo por intenso que sea que no se apague».

Ante esa realidad, es fácil perder los ánimos para todo. ¿Cuál es la razón de vivir en un mundo así? Creo, sin embargo, que la belleza radica justo en eso. Escribir, vivir y amar a sabiendas de nuestro olvido, acometidos a afrontar el fracaso. Disfrutar de la belleza de las cosas, de las simples cosas, ¿no es eso suficiente para encarar la vida? Decidir despertar cada día, porque la experiencia humana puede ser un placer hermoso. No es equivocación que el mismo Rulfo haya escrito también «no sé lo que está pasando dentro de mí; pero a cada momento siento que hay algo grande y noble por lo que se puede luchar y vivir».

Incluso si mi escritura solo sirve para entretejer textos ajenos, aun si las palabras parecen traicionarme, no puedo dejar de pensar que el mero acto de escribir es bello. Y que la vida que da fruto a la escritura es bella también. Aún sumergido en mis dudas, de venir a un lugar lejano, sin un mapa hacia futuro, no puedo dejar de disfrutar de los preciosos momentos que hay aquí.

Volveré a Comala y a sus tristezas, soy alguien que sujeta con firmeza a los tristes. Mis pasos, sin embargo, quieren dirigirse por caminos distintos, experimentar cada sentir humano. Ridículamente humano. Y después de hacerlo, sin importar cuanto tiempo pase, sé que estará Juan Preciado para llevarme en su bolsillo, a un viaje por los murmullos.